Hay tres momentos
Hay tres momentos en el desarrollo de un amor maduro: enamoramiento,
desilusión y aceptación de la realidad.
En el primer momento, el amado es alguien, maravilloso, no tiene defectos,
nadie es mejor que él, está terriblemente idealizado, casi endiosado.
El amado se ve engrandecido y en cambio uno se va empequeñeciendo,
hasta el punto tal de no poder entender cómo alguien tan perfecto se ha fijado en uno.
En el segundo momento comenzamos apercebir imperfecciones en la persona amada.
Vemos que ante determinadas situaciones su carácter no es el mejor,
que en algunas cosas se equivoca, y esos rasgos, que ya estaban
pero que el enamoramiento nos impedía percibir, nos producen pena
y desilusión y así como en el primer momento ya queríamos casarnos
y estar juntos para toda la vida, en este segundo momento es probable
que queramos que se vaya para siempre.
El amor sería un tercer momento en el cual vemos al otro como es.
Ni tan idealizado ni tan degradado. No es ni Dios ni el Demonio.
Disfrutamos sus virtudes y aceptamos sus faltas.
Y a pesar de ellas lo aceptamos y podemos ser felices a su lado.
Recién ahí podemos hablar de un amor maduro
con posibilidades de proyectarse en el tiempo de una manera sana.
Porque la clave del amor, como dijo alguna vez mi analista,
está en reconocer los defectos del otro
y preguntarse sinceramente si uno puede tolerarlos sin estar todo el tiempo protestando,
y ser feliz a pesar de ellos.
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