Menos mal que existen las cosquillas
Menos mal que existen las caricias
Menos mal que existen los besos en los labios.
Cuando parecía, ya adultos, que todo lo que existe
Es el ruido inmutable del torrente sabido de egoísmo,
Del blanco y negro de vulgaridad;
Cuando parecía que la gente era solo esa dualidad
De una polaroid de flor para el escaparate
Y el juego de fauces, venenos y carroñerismo
De la lucha por la vida
En un infinito segundo plano;
De algún sitio salen las cosquillas,
Que no desmienten lo anterior, pero ofrecen
Una tan diminuta como rotunda prueba
De que el otro puede llegar fuerte a nosotros
Y descontrolarnos para ofrecer algo de cielo,
Un algo no adulto, calculado:
No un fajo de mil euros,
No un helado de mil calorías,
Sino un desenterramiento súbito
De una felicidad redonda
Del tamaño ideal para nosotros
(O nosotros somos capaces
De ser el tamaño pequeño
De esa felicidad intensa).
Cuando llega el beso
Saltamos de tierra firme de pronto
Y - debemos confesar - a pesar del placer
Sentimos alivio de comprobar
Que volvemos al suelo un segundo más tarde.
Y en la caricia
Nos dejamos gobernar por la mano de la vida,
Que, suave, agarra firme nuestra quilla,
Solo hasta que nuestro pensamiento llega para alcanzarla
Y sobrepasarla
Y dejar de sentirla.
Nuestras historias son de finales tristes,
De presentes como muros
Justo enfrente de la cara
Y de pánico de humanos como bólidos
Amenazando arrollarnos con dureza y alejarse.
Hasta el deseo lo ensamblamos con cálculo.
Pero en algún punto no unido con el resto,
En algún sinsentido del sinsentido,
Somos beso, caricia y cosquilla
El uno con el otro.
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