El hombre siguió a la mujer madura de cabello negro azabache hasta su habitación, con notable excitación. Marta, una mujer de cincuenta y cuatro años, había llegado aquel mismo dia, y el viaje la había dejado cansada, extenuada, sin ánimo para lo que estaba por llegar. No le había hecho ninguna gracia recibir la invitación de Cristina a su enlace matrimonial; a pesar de todo, ahí se encontraba ella. La vida que da tantas vueltas, cual ruleta caprichosa, inmiscuyéndose donde no ha sido invitada, reservaba una sorpresa a Marta.
La ceremonia había sido larga y aburrida, tediosa. Marta había tenido que luchar contra la somnolencia y a duras penas lo había logrado. Una y otra vez, su mente se veía abordada por las preocupaciones de la vida cotidiana, pensamientos negativos que no la dejaron disfrutar del momento. Aunque poco rato después, en el banquete, Marta ya con alguna copa de más, se sintió algo más liberada y despreocupada; no pudo olvidar por completo sus problemas matrimoniales, pero intentó disfrutar de la velada. La noche era joven y había que aprovecharla, eso Marta lo entendía perfectamente. Tal vez, si apartaba sus miedos y frustraciones por un momento, volvería a disfrutar.
Un enorme gato de color naranja, descansaba sobre los arrugados papeles de divorcio, que Marta había dejado antes de salir de casa. Su matrimonio había fracasado estrepitosamente y se culpaba por ello. No entendía por qué. Ella había hecho todo lo humanamente posible por salvar su relación, pero para su marido no fue suficiente. A pesar de todo, un sentimiento de culpa martilleaba el corazón de Marta.
Cuando Javier encuentra la petición de separación, hace caso omiso y se dispone a preparar su equipaje, sin prestarle la más mínima atención. Había recibido la invitación de boda de su viejo amigo Rafael, al cual no había vuelto a ver desde la universidad, en los tiempos en que ambos fuesen grandes amigos. La idea de reunirse con los chicos y cogerse una buena cogorza animó a Javier a asistir al evento. Sabía que Marta también estaría ahí, y que la gente probablemente hablaría, pero le daba exactamente igual.
Los años no le habían tratado bien, consideraba que su vida era monótona y aburrida. El trabajo, la hipoteca, una sociedad cruel y competitiva que lo arrastra sin control al pozo de soledad en el que se encontraba; toda excusa era valida con tal de no reconocer su culpabilidad, sus miedos, sus frustraciones. Culpar a Marta de su infelicidad y de su triste, era más fácil que reconocer su propio fracaso. A pesar de todo, el matrimonio era una cárcel a la que no estaba dispuesto a renunciar.
La mirada de Marta se encontró con la de un apuesto caballero que vestía un traje negro de Emidio Tucci. Por la forma en que la miraba, Marta supo enseguida que el caballero la deseaba; una mujer sabe mucho más mirando a los ojos de un hombre que conversando toda la noche con él. Los ojos siempre dicen lo que los labios se callan.
Bebió de su copa de champaña y brindó al aire en dirección al caballero, que la observaba con ojos vivaces. La noche iba transcurriendo y sus miradas se encontraban una y otra vez, al principio disimuladas, pero tras las primeras copas, se volvieron descaradas, cargadas de deseo.
Cuando abandonó el gran salón rumbo a su habitación, los cócteles habían hecho mella en ella. Se encontraba feliz, liviana, desatada. Sus ganas de vivir y comerse el mundo, un mundo que un dia aplastó sus sueños y habia hecho trizas su matrimonio, era tal, que no fue conciente que alguien la seguía. Advirtió los pasos despreocupados, a la altura del ascensor. Disimuladamente hecho una mirada furtiva por encima de su hombro en dirección al extraño que la seguía, pero no vio a nadie. Continuó su camino perdida en sus pensamientos hasta llegar al ascensor. Entro en el lujoso habitáculo equipado de hilo musical y accionó el botón que conducía a la tercera planta.
De pronto, la mano del caballero apareció en el último instante impidiendo que la puerta se cerrase.
— ¡Buenas noches señora! —El corazón de Marta se aceleró y por un instante no supo que decir. No contesto al saludo del hombre del traje negro. Había comenzado a estrujarse los dedos como una niña y había dirigido su mirada al suelo. El caballero del salón, entró en el ascensor provocando el nerviosismo en Marta, que empezaba a sentir el fuego que ansiaba su corazón, dentro de ella. Con su negro cabello peinado hacia atrás y su dentadura de sonrisa eterna, el hombre había enloquecido todos los sentidos de Marta. Si tienes hambre come, pensó Marta, si tienes sed…
No hubo palabras. El hombre esperó a que se cerrasen las puertas y se abalanzó sobre Marta, estrujándola hacia él, ella no lo rechazó en ningún momento, al contrario, estaba deseosa de abrazar y besar al hombre que había estado lanzándole miradas sugerentes toda la noche. Las húmedas lenguas de ambos amantes se encontraron y a Marta le gustó el sabor que aquel macho le ofrecía. El hombre recorrió con sus manos el largo vestido de la mujer hasta llegar a sus nalgas; empezó a levantar la delicada prenda con sorprendente maestría hasta dejar la parte trasera de la excitada mujer al descubierto. El tiempo que ambos pasaron en el ascensor fue corto y confuso. Sin embargo a ellos les pareció de lo más delicioso y productivo, se habían dicho todo sin pronunciar ni una sola palabra.
Él la observaba con mirada lasciva mientras abría la puerta de su habitación. La excitación del hombre, era visible y Marta no podía apartar la mirada del pliegue abultado y exagerado de su pantalón. Estaba totalmente húmeda, excitada, impaciente. Hacia mucho tiempo que no se sentía así, y no quiso pensar en nada más que no fuese ese momento. El hombre posicionado detrás de ella, acarició sus suaves manos, sus pechos voluptuosos, descubrió un mundo nuevo, y quedó perdido por la fragancia de su cabello. Marta era consciente del torbellino de deseo que se escondía en los pantalones del maduro amante. Sintió el dulce anhelo contra su verde y largo vestido, y una ola de calor invadió su cuerpo.
Lucharon entre si en un sensual abrazo y se ayudaron el uno al otro a desprenderse de sus inútiles ropas, inservibles para el fin que los ocupaba. Ella lamió el velludo pecho del caballero, que a pesar de los años, aun era poseedor de un físico bien trabajado. No quiso perder el tiempo, se embriagó del olor corporal del maduro y fue bajando hasta su miembro viril palpitante y erecto, mientras él se dejaba hacer. El caballero, acarició la melena azabache de la madura mujer, mientras ella se afanaba en contentarlo, lamiendo y masturbando su miembro, mientras agarraba y acariciaba su trabajado culo.
El hombre, tiró fuertemente del cabello de Marta hacia arriba y ella subió lamiendo con su lengua todo su cuerpo. Buscó la boca de su amante, consciente de la satisfacción de este, y lo besó apasionadamente. Sus cuerpos se fundieron en la alfombra de la habitación, mientras una botella de champaña se enfriaba en el Veuve de la estancia. Se comieron a besos y bebieron de sus cuerpos hambrientos de deseo y calor humano. Marta disfrutó cuando su salvaje amante hizo especial hincapié con su lengua en su zona más intima, vibró y sintió como nunca antes lo había hecho. Alborotó los cabellos del hombre en un éxtasis incontrolable, dejada llevar por el orgasmo producido. Con actitud severa y dominante, tumbó al caballero sobre la alfombra y cabalgó sobre él, alternando un suave ritmo con furiosas envestidas que llenaron todo su ser y el fuego de su pasión quedo extinto por completo.
Los dedos del caballero, acariciaban el pezón sonrosado y erecto de Marta, mientras la contemplaba y rememoraba los momentos vividos hacia tan sólo un rato. El olor a sexo, esperma y pasión permanecía en la nariz de Marta que fumaba un cigarrillo desnuda sobre la cama. Sus mejillas estaban rojas por el intenso ejercicio. Se sentía bien, viva, había disfrutado y no quería que el sueño se acabase.
— ¡Javier! —Dijo Marta en un susurro dejando los labios entreabiertos—. ¿Quieres qué lo volvamos a intentar? ¿Me refiero a nuestro matrimonio?
Javier se la quedo mirando de hito en hito a Marta, perdidamente enamorado, borracho de amor.
—Sabes que te quiero Marta. —Alargó la mano para quitarle el cigarrillo y añadió—. Por mí que no quede.
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