Observo las paredes de mi viejo cuarto
y mi mente estalla pensando en todo lo
que he vivido en este tiempo.
Me levanto y enfrento al espejo,
esbozo una sonrisa muy burlona
pero al instante me pongo serio nuevamente
y unas lágrimas comienzan
a correr por mis mejillas.
Le doy la espalda a la realidad,
me dirijo ahora a mi ropero
y saco mis viejos jeans y una remera.
Salgo a la calle, la noche está humeda,
destemplada, sin matices.
Camino una, cinco, diez cuadras
y de pronto algo hace que me detenga.
Miro hacia el cielo
y por el horizonte sale el sol.
Lo observo y pareciera
que por un momento la paz me envuelve
y se adueña de mi cuerpo.
Lanzo un grito y comienzo a correr
sin rumbo fijo hacia la nada.
Pero pronto me doy cuenta
que no podré escapar nunca de ella.
Es la soledad,
mi fiel compañera de toda la vida...
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