Se fue sin alma a la playa.
Era la menor de tres hermanas;
junto a la caleta su mano guardaba,
en un anillo dorado,
una promesa y dos semanas.
Como una mortaja era la niebla,
mortaja blanca para la niña morena.
Mortaja era la plata
que la orilla le ofrendaba;
mortaja era el cielo
que culpable se ocultaba.
Y mortaja
las alas de su pensamiento
que la llevaban al vacío
y la dejaban sin aliento.
Sombra se hizo la boca
en que su pecho se quemaba,
y su vientre huérfano
gritaba un nombre a la madrugada.
Vacías las sábanas de nieve
de ternura y de su llama,
se volvieron páramo silente
frías como la nada.
Y mortaja blanca se volvió la niebla,
mortaja blanca para la niña morena.
Se alzó la niña en la playa,
recogió su sombra y su pena,
y mientras el corazón al mar lo daba
mil perlas suyas bebía la arena.
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