Derramando su sombra en el postigo
carga un hombre en su palma la pobreza
ungido en vino escupe su rudeza,
tan sólo los umbrales por amigo.
La cruz y las palomas son testigo
de sus caducos días de grandeza,
y quedo gime un viejo la crudeza
del astro que en el cielo es su enemigo.
Si un día lo encontrases, peregrino,
no dudes, en su diestra deja un cuarto
y piensa al ver sus ojos sin mirada,
que a ti también pudiere el cruel Destino
tu hermoso tafetán volver esparto,
y darte las veredas por morada.
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